miércoles, 22 de febrero de 2017

BREVE HISTORIA DE LAS GUERRAS PÚNICAS - Javier Martínez-Pinna y Diego Peña Domínguez



Delenda Carthago est

El Mar Mediterráneo, esa pequeña piscina que separa el continente europeo y el africano, es sin lugar a dudas uno de los enclaves estratégicos más importantes de la Historia, sobre todo de la Antigua. Por un lado ha sido puente de unión e intercambio entre distintos pueblos asentados en sus riberas, y sus aguas a la vez han sido testigos de las maravillas que aquellos imperios crearon de la noche a la mañana. Pero, por desgracia, el vaivén de sus olas también nos trae recuerdos de otras escenas menos amables de luchas sin fin. Por allí  navegaron los cruzados hacia oriente; los persas y griegos se machacaron entre si en las llamadas Guerras Médicas; los cristianos y otomanos confrontaron la cruz y la media luna en Lepanto; y sus aguas vieron florecer la piratería y el pillaje. Y, por encima de todo, la quietud peligrosa de sus aguas fueron  mudos espectadores de uno de los mayores choques de civilizaciones de la humanidad: la lucha entre griegos y cartagineses en las Guerras Púnicas. Conflicto en el que, como decía aquella película titulada Los Inmortales: “Solo pude quedar uno”  Así pues, sin demorar más este breve preámbulo, les presento un libro que de manera concisa, directa y muy didáctica nos trae aquella increíble, pero cierta historia que todavía resuena en la memoria de todos los amantes del pasado. Con todos ustedes, Breve Historia de las Guerras Púnicas, de Javier Martínez-Pinna y Diego Peña Domínguez, y editado por Nowtilus en 2016.


Para empezar una duda… ¿por qué Guerras Púnicas y no Guerras Cartaginesas,  por ejemplo? Esencialmente porque la  historia la escriben, la mayoría de las veces, los vencedores. Fueron los historiadores romanos quienes se encargaron de ponerle este sobrenombre al conflicto bélico. Los hijos de la loba llamaron punici a los habitantes de Cartago debido a su ascendencia oriental fenicia. Ya en el siglo III a. C el escritor romano Nevio escribió una historia épica titulada Bellum punicum, aunque curiosamente el historiador Polibio llamó a la primera confrontación entre estas potencias  como la Guerra de Sicilia. Y es que aunque sean pocos los que desconozcan este dato, las famosas Guerras Púnicas fueron tres. La primera  que se desarrolla entre el 264 a.C hasta el 241; la segunda, y la más famosa, la de Aníbal y sus elefantes entre el 218 y 201 a. C; y la tercera, en la que se le da la puntilla final a Cartago,  entre el 149 – 146 a. C. En total 118 años de guerras con los mismos protagonistas, romanos y cartagineses obsesionados por imponer su hegemonía tanto al sur como al norte del Mediterráneo. Dos imperios nacientes que desde sus principios estaban destinados a encontrarse y aniquilarse mutuamente.

Su primer contacto, y su primer casus belli, hay que buscarlo en el interés que ambos tenían por conquistar la isla de Sicilia. Los cartagineses en un principio son arrollados por las fuerzas romanas y tras la pérdida de Messina, la misma suerte corre Agrigento en el 262. Roma parece imparable, tanto que incluso golpea en el orgullo de Cartago: su armada. Los romanos en el 260 obtiene en Milazzo la primera gran victoria naval de su historia, y aunque años después los cartagineses se toman la revancha destrozando a la inversa la escuadra romana, el impulso inicial ya está ganado por los romanos quienes consiguen arrancar en el 241 a. C un oneroso tratado de paz que termina por humillar a los hijos de Dido.

Vae Victis, como años antes dijera Breno, el gran caudillo galo. Roma, que empezaba a ser uno de los grandes imperios de la antigüedad, le impuso a los cartagineses unas duras condiciones a cumplir si no querían ser aniquilados. Esto provocó que Cartago entonces fijara sus ojos en un territorio medio explorado al Oeste, Hispania, ubérrima de riquezas minerales con las que poder satisfacer el pago que debían hacer por haber perdido el conflicto siciliano. Allí se dirigió el general Amílcar Barca acompañado de sus hijos, el intrépido Asdrúbal y el astuto Aníbal para someter a las tribus íberas y celtas. Tras someter casi todo el sur y conseguir tomar las ricas minas hispanas, todo parecía ir bien, pero los ojos de águila romana seguían atentas las vicisitudes cartaginesas y temiendo que se volviera a repetir un encontronazo futuro hizo distintos tratados de paz. En el 226 a. C ambos se fijaron el rio Ebro como límite entre ambas superpotencias, pero el sucesor de Amílcar, Aníbal, no solo se sentía empequeñecido ante estas claudicaciones sino que también ansiaba tomarse la revancha por lo que había ocurrido en el pasado. Así pues en el 218 decidió atacar una de las ciudades amigas de los romanos: Sagunto. Aquel fue el casus belli que inicio la Segunda Guerra Púnica.

Es sin lugar a dudas la más conocida, pues es la más épica y mítica de todas ellas, ya que fue en estos momentos donde se encontraron dos de los personajes más increibles de la historia: Aníbal, y Escipión el Africano. Como era obvio, los romanos esperaban que Aníbal saltara el charco y se enfrentara con ellos en tierras itálica, pero sorprendió a todos con una acción que ya se ha convertido en algo más que historia, es decir en leyenda pura y dura. Con valentía y astucia, y una pizca de temeridad decidió que sus mercenarios y sus elefantes cruzaran los Alpes y entraran por el norte de la bota itálica. Algo del todo fabuloso. Nada más realizar esta hazaña titánica comenzó a infligir una derrota tras otra a los romanos en batallas como la del lago Trasimeno (217), o la de la Cannas (216, está todavía se estudia en las academias militares de todo el mundo). Los romanos estaban noqueados, y como dice la expresión Aníbal ad portas. Roma, parecía lo más lógico, estaba a punto de caer. Pero, por un lado que los escipiones habían decidió plantarse en el corazón y granero de los cartagineses, es decir Hispania, y derrotarlos hasta tomar Cartago Nova, y que por esa razón Aníbal, sintiendo que se podía quedar sin avituallamientos, hizo que Roma se salvara al retirarse de Italia y volver a Cartago. Y fue allí en otra mítica batalla, la de Zama (202) donde el orgullo cartaginés fue doblegado de nuevo.

Cartago fue vencida por segunda vez. Aníbal había huido y parecía que nunca más volvería a levantarse. Pero había un senador romano que no estaba nada contento. Se trataba de Catón el Viejo el cual repetía continuamente a quien quisiera oírlo: “Delenda Carthago est” (Cartago debe ser vencida). Y además de esto, cada vez que hablaba en el Senado, al final de sus discursos, siempre decía de manera machacona: “Ceterum censeo Carthaginem esse delendam” (Además opino que Carthago debe ser destruida) ¿Por qué decía esto? ¿Acaso se había vuelto gaga? Pues no, a pesar de su apelativo, no estaba mal de la cabeza pues comprendía que con los años su eterno enemigo estaba volviendo a crecer de nuevo. Así pues cuando se enteró de que los cartagineses habían incumplido el tratado de paz al chocar sus armas contra los númidas, no paró hasta que Roma volvió a declarar la guerra a Cartago. Es la más corta de todas, y se desarrolló en África. Consistió esencialmente en un sitio a la ciudad, y cuando esta claudicó no dudaron en acabar con su memoria. Deportaron a sus habitantes, los condujeron a la esclavitud y no solo incendiaron las ruinas de la ciudad, sino que además echaron sal sobre sus campos y huertas para que nunca más volvieran a levantarse. Como diría Tácito unos siglos después: “Es propio de la naturaleza humana odiar al que se ha ofendido”. Aquí acabó el sueño de Cartago y su existencia.

Como se podrá ver, las Guerras Púnicas es uno de los momentos apasionantes de la Historia Universal. Así pues les invitó a que echen una ojeada al libro de Martínez -Pinna y Peña Domínguez y se recreen con aquellos momentos en que el solido pilum romano y el rugido del león cartagineses se enfrentaron a las orillas de aquel mar que tantos sueños y desastres ha evocado a la humanidad.

Post datum.  Por cierto, ¿no se han preguntado qué fue de Aníbal, aquel que estuvo a punto de terminar con Roma, y que finalmente no lo hizo? Existe una curiosa anécdota que nos lo explica:

Cuentan las crónicas antiguas que tras la batalla de Zama (202 a.C) el general cartaginés Aníbal tuvo que escapar del cerco romano y exiliarse al otro lado del Mediterráneo. Después de unos años vagando por distintos reinos, en el verano del año 193 a.C el destino hizo que se reencontrara de nuevo en Éfeso con su mortal enemigo, Publio Cornelio Escipión. Pero como ambos eran grandes líderes además de caballeros en el campo de batalla la entrevista se desarrollo en un ambiente de cordialidad y entendimiento mutuo. En ella hablaron de distintos temas, sobre todo militares, y durante ella hubo un momento en que el romano le preguntó al cartaginés quién creía, en verdad, que era el mejor general de todos los tiempos. A lo que Aníbal le respondió que Alejandro Magno. En ello estuvieron los dos de acuerdo. Después Publio Cornelio Escipión le volvió hacer la misma pregunta pero queriendo saber quién estaba en segundo lugar. Esto lo hizo pensando que el cartaginés le pondría en el segundo puesto, pero para sorpresa suya éste le contestó que Pirro, rey de Épiro, por haber mostrado una gran osadía en el combate. Ante esta respuesta el romano no se quedó contento y nuevamente le demandó sobre quién estaría en el tercer puesto. Y Aníbal sin dudarlo le indicó que él mismo ya que estuvo a punto de poner a Roma de rodillas. Publio ya molesto le dijo entonces que si hubiera vencido entonces en qué posición se pondría, a lo que el otro, obviamente, le respondió que el primero. Públio, verdaderamente enfadado, estaba a punto de irse cuando Aníbal cogiéndole la mano le miró a los ojos y le dijo que se alegraba de haber tenido a un contendiente tan excepcional, pues podría enorgullecerse de haber estado a punto de haber vencido a alguien que en el fondo era mejor que Alejandro.

Aníbal murió (mejor dicho se suicidó con veneno) en el 183 a. C, el mismo año que su eterno enemigo Escipión el Africano, y se dice que su cuerpo se introdujo en un ataúd de piedra en el que se podía leer: Aquí se esconde Aníbal.