sábado, 22 de agosto de 2015

¡POR FAVOR, OTRA VEZ NO!



No todo en la guerra fueron tiros y asesinatos. Durante la Segunda Guerra Mundial (1939 – 1945) también hubo tiempo para el ocio y la diversión. En aquellos terribles años los encargados de mantener alta la moral en retaguardia  durante los días que no había combates se dieron cuenta que para entretener a las tropas inactivas, el cine era una herramienta muy útil para olvidar la fatiga de batalla y evitar que el aburrimiento provocase conflictos entre los soldados. Así pues el alto mando ordenó que todas las noches se proyectara una película, a ser posible cómica, y que al día siguiente fuera llevada a otro campamento estableciendo de este modo un sistema rotatorio que evitara la continua repetición de los filmes en cualquier campamento militar. Pero lo que parecía un sistema ideal no lo fue tanto en el frente del Pacífico donde los americanos luchaban contra los japoneses todos los días y a todas horas e incluso a veces en islas diminutas perdidas en medio del Océano. En una de las Islas Marianas los soldados estadounidenses quedaron sitiados durante cierto tiempo y debido al retraso del trasporte les era imposible visionar películas nuevas. Un día el encargado de ponerlas en el proyector, rebuscando entre las cajas de su tienda, descubrió que tenía una película de Bing Crosby titulada Going my way (1944), y decidió ponerla esa noche. La primera vez los soldados se lo pasaron bomba, pero a la tercera noche, en cuanto salieron los títulos de crédito, éstos, hastiados de ver la misma película, comenzaron a abuchear pidiendo que les pusieran otra. Pero como no había otra tuvieron que verla, obviamente, de nuevo. Pero, o bien el proyectista era un sádico o un inconsciente que no sabía qué público tenía, la volvió a poner una sexta noche. Los soldados se levantaron de los asientos y se rebelaron contra sus superiores. Llama la atención que durante el motín, uno de aquellos sufridos estadounidenses se diera cuenta que detrás de uno de los arbustos se encontraba un par de japoneses los cuales habían estado asistiendo al pase de la película. Rápidamente fueron atrapados y uno de los soldados americanos pensó que deberían ponerle entera la película de Bing Crosby como medio de tortura para que les divulgara secretos militares nipones. Ante el asombro de todos los dos japoneses se arrodillaron en el suelo y suplicaron entre lágrimas que por favor no les hicieran eso, que les dirían lo que quisieran, pero que por favor no les volvieran a poner aquella película tan horrorosa pues ellos habían asistido a las proyecciones de ésta desde el principio y, al igual que sus captores, estaban hartos de verla una y otra vez, asegurando  incluso que odiaban al Bing Crosby más que ellos.