sábado, 7 de diciembre de 2013

POR UN PUÑADO DE BELLOTAS



Manuel Godoy (1767 – 1851) era natural de Badajoz, y pertenecía a una familia hidalga pero pobre. Entonces ¿cómo fue posible que a partir de los diecisiete años comenzara una espectacular carrera llegando a ser Ministro Universal, Príncipe de la Paz, Generalísimo e incluso Grande de España? Pues gracias, por un lado al fruto de la encina, es decir la bellota, y por otro el encaprichamiento de una reina y la bonhomía de un rey. Me explico: en 1784 Manuel Godoy llega a la Corte de Carlos III como simple guardia de Corps, y muy pronto comenzó a gozar de la vida festiva de Madrid. Era costumbre de esta guardia que durante la Semana Santa sacaran en procesión a un Cristo que era venerado en la iglesia de San Sebastián situado en la calle de Atocha. Parece ser que los guardias tenían por costumbre, mientras avanzaba la procesión, galantear con las damas. En una de estas festividades, en 1788, se dice que Manuel Godoy, al igual que sus compañeros, también hacia galanterías a las mujeres, pero a él se le había ocurrido llevar un pequeño saco de bellotas para arrojarlas de manera graciosa a las que le parecían más guapa. Tanto se esforzaba al arrojarlas que hubo un momento que perdió el equilibro, hecho que asustó a su propio caballo el cual dio un traspiés y le arrojó al suelo, con lo que el Cristo y sus compañeros se cayeron también.

La noticia de este accidente llegó a oídos del príncipe Carlos (futuro Carlos IV) y rápidamente llamó al travieso Godoy para reprimirle tan fea conducta. Mientras el príncipe y su esposa Maria Luisa de Parma, le preguntaban los motivos de aquel estropicio, la charla se fue haciendo muy amena al comprobar la joven pareja real que tenían gustos parecidos con el guardia de Corps, pues a este le gustaba jugar al ajedrez como a Carlos y tocar la guitarra al igual que a Maria Luisa. Desde ese momento se hicieron compañeros inseparables. Godoy había encontrado el camino hacia la gloria.