lunes, 21 de noviembre de 2011

PACO, UN PERRO MUY TERTULIANO



Un cuatro de Octubre de 1879, día de San Francisco de Asís, un paseante habitual de las calles madrileñas, como no tenía otra cosa que hacer, decidió entrar en el Café Fornos situado en una esquina de la calle Alcalá con la de Peligros. Aunque hacía un poquito de frío, nuestro amigo iba desnudo, pero a él no le importaba, pues es normal que entre la raza canina no se lleven pantalones ni camisas. Un poco tímido se quedó en la puerta viendo las grandes lámparas, pero como el hambre pudo más decidió entrar y probar suerte. Pasó por debajo de algunas mesas, sin que nadie reparara en él, hasta que llegó a una que le gustó y quedándose muy quietecito para ver a su dueño. Éste era, nada más ni nada menos, que Don Gonzalo de Saavedra y Fajardo, Marqués de Bogaraya y Grande de España (futuro alcalde de Madrid), al que le hizo mucha gracia el can y que para asombro de sus amigos lo sentó a la mesa dándole de comer además de un hueso una copiosa comida. Después, este bonachón marqués pidió una botella de champán con la que regó la cabeza de nuestro perro y con voz solemne lo bautizó de la siguiente manera:

Yo te bautizo en el nombre de mi nobiliaria gana con el nombre de Paco. Y te encomiendo, desde ahora, al serafín de Asís, reconociéndome yo como tu padrino para cuando tu santo patrono te descuide en el socorrerte y defenderte. Amén.

Desde aquel día Paco no se perdía ninguna tertulia en el Café Fornos, convirtiéndose en la mascota de todos los habituales llegando a ser en de las más curiosas atracciones de aquel Madrid costumbrista. Era puntual a su cita diaria y se paseaba entre las mesas como si el establecimiento fuera suyo, unas veces solicitando algún alimento con ojillos dulces y otras dando su opinión a tal o cual tertuliano con un rotundo ladrido que ponía las cosas en su sitio. Aun así, cuando el Café Fornos cerraba o no le atendían debidamente se trasladaba al de enfrente, El Café Suizo, o a cualquier otro de la capital en donde le hicieran algo de caso. Era tanta su popularidad que incluso se llegó a escribir valses y polkas en su honor con que los jóvenes madrileños bailaban en honor de tan increíble cán.

También le gustaban los toros y era muy común, los días en que toreaba Frascuelo, verlo en el número 22 de la calle Arenal esperando al diestro para acompañarlo hasta la plaza y desde allí desearle suerte con un alegre movimiento de su cola. Pero el gusto por los toros fue su perdición y un día en que un novillero estaba haciendo una faena horrible en la plaza, Paco saltó a la arena y comenzó a ladrar al torero por lo mal que lo estaba haciendo. Entre ladrido y ladrido, el diestro perdió tanto la paciencia que atravesó con el estoque a Paco. La ira del público fue tan grande que las autoridades tuvieron que escoltar al torero pues estuvieron a punto de lincharlo y matarlo allí mismo. Rápidamente los veterinarios se llevaron al perro pero aunque pusieron toda su ciencia para salvarlo murió allí mismo.

Fue enterrado en los jardines del Buen Retiro, y fue muy llorado por todo Madrid. Los hombres iban de negro, al igual que las mujeres, y muchas cafés cerraron ese día por la memoria de un perro, de nombre Paco, que pasó de ser historia a leyenda auténtica de Madrid.