domingo, 11 de septiembre de 2011

LOS PRODIGIOS DEL DOCTOR TORRALBA



Pocas vidas en España se pueden igualar con la del doctor Torralba. Pocas destilan a la vez ese toque de curiosidad y magia que hace que nuestra imaginación se dispare imaginando mundos bellos y fantásticos. Pero no crean que les voy hablar de un mito o ser del más allá, pues este insigne galeno existió en carne y hueso en una época en que ciencia, religión y alquimia se fundían en un mismo saber.

Su nombre completo era Eugenio Torralba y aunque se desconoce con seguridad su lugar de nacimiento, unos dicen que Cuenca y otros que Soria, se fecha su nacimiento alrededor de 1480. Desde muy pequeño estuvo interesado en la medicina y cuando adquirió su grado de doctorado decidió viajar a Roma a perfeccionar su saber y a la vez los de Teología. Pero lo que en verdad buscaba nuestro doctor en la Ciudad Eterna era ir más lejos que la ciencia misma y pronto se unió a fanáticos de la heterodoxia y la alquimia. Un día, en su casa, trazó un pentáculo y tras invocar varias veces al demonio se apareció ante sus ojos un ser de carácter angelical que se dio a conocer con el nombre de Zaquiel diciéndole que se ponía a su servicio hasta el mismo que muriera. Eugenio lo miro de hito en hito buscando cualquier signo demoniaco en su cuerpo pero lo que había ante sí se alejaba de toda imagen oscura que apareciera en sus ajados grimorios: Zaquiel era alto, bello, de cabellos rubios, ojos azules y unas alas angelicales de lo más plumosas y blanditas. Un auténtico ser angelical, aunque venido de las más negras profundidades del Averno.

Pronto el doctor, siguiendo los continuos consejos de su “amigo”, se presentó como un sabio que podía pronosticar cualquier clase de dolencia incurable que tuvieran sus pacientes, aplicando sus saberes médicos a cualquier rama de la ciencia existente y que incluso, he aquí lo maravilloso, podía volar de un lado al otro del orbe a velocidades increíbles y ver el futuro de manera precisa. Pasado un tiempo y siempre precedido de su fama decidió volver a España (volando, como no) para instalarse en Valladolid y abrir una consulta médica.

Allí siguió siendo el gran medico que había sido en Roma. Junto con Zaquiel continuó asombrado a todo el mundo, pero todas su maravillas no se acabaron aquí, pues el epítome de ellas se produjo la madrugada del 6 de Mayo de 1527. Mientras dormía tranquilamente en sus aposentos, su aliado alado volvió a presentarse delante de él y le dijo que se vistiera rápidamente pues le iba a llevar a Roma a presenciar un hecho increíble. Asustado, mientras se cambiaba de ropa, le preguntó que qué pasaba en la Ciudad Santa. Zaquiel le explicó que en esos momentos los soldados del emperador Carlos V, comandados por Carlos de Borbón estaban a punto de saquear toda Roma. Puso delante de sus ojos un bastón oscuro y le conminó a que agarrase el bulboso callado. Nuevamente Eugenio Torralba se sintió traslado por los aires, por encima de montañas y mares, y en décimas de segundo estaba en un monte cercano donde pudo ver como la Ciudad Eterna ardía por los cuatro costados y era sometida a todo tipo de violento pillaje. Apesadumbrado le dijo a Zaquiel que quería retornar a su casa pues no deseaba ver más ríos de sangre.

Días después empezó a comunicar a todo el mundo lo que había presenciado, pero nadie le hacia caso pues no tenían noticias de ese suceso tan atroz. Además toda la ciudad estaba alterada con el nacimiento del hijo de Carlos V, el futuro Felipe II. Aun así, a medida que pasaba el tiempo y fueron sabiéndose las noticias del Saco de Roma, noticias que llenaron de estupor a toda la cristiandad, la gente empezó a cambiar de parecer y se hicieron lenguas de las maravillas que había hecho el insigne galeno. Incluso el mismísimo Cervantes habla de él de la siguiente manera: a quien llevaron los diablos en volandas por el aire.

Pero su fama no podía pasar desapercibida y pronto la Inquisición tomó cartas en el asunto, pues no podían consentir que la gente andara volando por los cielos a su antojo y menos acompañado de un ser infernal. Gracias a una denuncia anónima (se cree que de un médico rival llamado Diego de Zúñiga) fue detenido en Cuenca, encarcelado y torturado de manera salvaje. Incluso los mismos torturadores se reían de él mientras le aplicaban el tormento diciéndole que si gracias a su “amigo” podía predecir el futuro por qué no le había avisado de que le iban a atrapar en la ciudad conquense, y que si era tan poderoso por qué no lo salvaba y se lo llevaba volando de aquella cárcel. De esta manera entre burlas y dolores paso nuestro protagonista tres años en cautiverio.

El Tribunal de la Santa Inquisición dictó sentencia y le conminaba a la abjuración de sus errores y a no comunicarse jamás con su Zaquiel. Tendría que pasar diez años más en la cárcel inquisitorial, ya sin tormento, y al salir de ella a portar todos los días el sambenito infamante. Curiosamente el Inquisidor General en aquella época era Manrique de Lara, azote y látigo de las artes adivinatorias, el cual años atrás había sido amigo del condenado en la corte de Carlos V. Éste, incluso le había predicho que con el tiempo había de convertirse en cardenal, cosa que ocurrió en 1531. Debido a ello, y que a lo mejor se acordaba de aquella buena amistad, pasado un tiempo decidió conmutar la pena al antiguo amigo firmando el indulto que lo liberaba de todo.

Y así acabo los días nuestro buen doctor volante. Tal vez podamos imaginar que el mismo día de su muerte, en el lecho mortuorio se le presentó su compañero Zaquiel que con una mano, o aquel dichoso bastón nudoso, se lo llevó volando al más allá donde ahora disfruta de todos los saberes de la eternidad.