sábado, 24 de septiembre de 2011

LOS ESPAÑOLES DEL TITANIC



En 1997 el afamado director de Hollywood James Cameron asombró a todo el mundo con la película Titanic. A través de la imposible historia de amor entre el barriobajero Jack Dawson (Leonardo Di Caprio) y la hacendada Rose de Witt Bukater (Kate Winslet) pudimos ver la crónica de una muerte anunciada de un barco que quería desafiar al mismísimo Dios, el RMS Titanic. Entre espumas de champaña, paisajes fascinantes y besos furtivos todos pudimos presenciar un amor que quiso romper las barreras sociales y que desgraciadamente el destino en forma de iceberg truncó un 14 de Abril de 1912 frente a las costas de Terranova. El boom de esta película que nos narra el mayor desastre marino que se ha producido en época de paz y que se llevó por delante la vida de 1517 personas supuso para el director americano un importante espaldarazo a su carrera artística al llevarse 11 estatuillas doradas en la ceremonia de los Oscars. Ricos y pobres (sobre todo gente de la tercera clase) sucumbieron delante de nuestros ojos en el celuloide, pero ¿qué me dirían si entre todas estas victimas también se encontraban personas de nacionalidad española? Pues sí las hubo:

De los primeros que tenemos noticias son dos recién casados, Víctor Peñasco y Castellana y Josefina Pérez de Soto. Llevaban un año y medio de luna de miel por toda Europa y habían disfrutado de su reciente felicidad hasta el extremo: noches interminables de juego en el Casino de Montecarlo; visionado preciosas obras teatrales y operísticas en el Covent Garden de Londres; visitas al Museo Maxim´s de París; o excitantes viajes en el Orient Express... Como se puede ver, esta adinerada pareja no reparaba en gastos y pensaron que como broche final a tan preciosa luna de miel debían viajar en el único barco insumergible de la historia. Error fatal, pues aquella madrugada del 14 al 15 de Abril, a las 02:00 horas, la muerte decidió hundir aquella mole llevándose consigo la vida de Víctor.

Las barcas de salvamento lo buscaron infructuosamente, al igual que a los otros centenares de victimas que se ahogaron en las frías aguas del Mar del Norte, pero nunca se encontró el cuerpo. En cambio su esposa se salvó, y como las penas con pan son menos penas, se casó de nuevo seis años después con otro adinerado pretendiente de abigarrado nombre: Juan Barriobero y Armas Ortuño y Fernández de Arteaga Barón de Río Tovia. Josefina murió a los 83 años de edad, y nunca se le olvidó aquella noche en que su marido no le pudo coger la mano hundiéndose en los abismos del océano. Siempre sintió aquellos dedos en la punta de los suyos.

Pero esta historia no se acaba aquí, sino que también trasciende a sus sirvientes. Parece ser que con ellos iba una criada llamada Fermina que se alojaba en el camarote C109. Sólo sabemos su nombre pues en aquella época era común que los nobles inscribieran a sus subordinados solamente con el nombre y no con los apellidos. Lo que sí sabemos en realidad es que ésta se salvó y murió a los 93 años de edad. En cambio el caso más curioso de esta epopeya la vemos en el otro sirviente de la pareja llamado Eulogio. Los señores no le quisieron llevar en el viaje y lo dejaron en París. Cuando supo que el barco había naufragado no supo que hacer ni como comunicar a la madre del difunto lo que había sucedido. Para ello, y para ganar tiempo, ideó el siguiente plan: se dio cuenta de que Víctor y Josefina habían dejado un buen taco de postales, firmadas, en la habitación del hotel. Durante un tiempo estuvo enviándole a la señora madre cartas desde París haciéndolas pasar por las de la pareja diciéndole que no habían embarcado en el Titanic y que seguían en París. Tiempo después se supo el engaño, pero curiosamente no se enfado pues esta desgracia le confirmó la sospecha que tuvo antes de que el barco zarpase... que se iba a hundir en aquella primera travesía.

Entre las victimas que quiso llevarse el Titanic, se encontraba también otra familia de españoles: el matrimonio compuesto por Juliá Padrós i Manet, de 26 años, y originario de Lliça de Munt, y su esposa Florentina Durant i Moré, de 30 años de edad. Esta joven pareja, que se embarcó en Cheburgo no iba de viaje de placer sino que se dirigía a Cuba para hacer “las américas” y conseguir un futuro mejor abriendo un coqueto restaurante en La Habana. Junto a ellos también iba la hermana de Florentina, Asunción, y un amigo de la familia Emilio Pallás i Castello. Todos se salvaron de aquella aciaga noche y pudieron proseguir sus vidas: Juliá Padrós consiguió ser propietario de una gran compañía de autobuses en Cuba, y Emilio Pallás regresó a Lérida y fue propietario igualmente de una panadería. Años después el hijo de Emilio contó que su padre siempre cojeó debido a que se dio un fuerte golpe cuando saltó por la borda del barco para salvar su vida. Lo curioso del asunto es que días después del naufragio ambos relataron a un periódico de La Habana La Discusión (29/03/1912) que conocieron durante la travesía a un “amigo argentino”, de nombre desconocido, que cenó varias veces con ellos y que repetidamente les decía que tenía el presentimiento de que el barco estaba en peligro y que se iba a hundir en breve. En verdad que acertó de lleno.

Entre las grandes incógnitas que rodearon aquel hundimiento nos encontramos con un nombre en el registro de pasajeros: Encarnación Reinaldos. Parece ser que se embarcó en Southampton y que era de origen español. No se sabe si se ahogó en el naufragio o se salvó. Toda su vida está envuelta en el misterio desconociendo qué fue de ella. Este caso no es tan inusual pues muchos se embarcaron o con nombres distintos a los que tenían o con ellos mutilados debido a su condición de sirvientes. Sean verdaderos o falsos, lo importante es que aquella madrugada del 15 de Abril, cientos de vida fueron reclamadas por el mar, pagando el precio de la soberbia y el orgullo.